martes, 12 de enero de 2010

Vidas rotas



Mi bisabuela, al igual que toda mi familia paterna, era vasca, nacionalista, izquierdista y antifranquista. Finalizada ya la guerra española de 1936, los nacionales acostumbraban a hacer marchas militares con el objetivo de hacer público su poder frente a una sociedad rota y hundida en la miseria, debido a la masacre que ellos mismos provocaron. En una de ellas, coincidió que mi bisabuela estaba asomada al balcón de su vivienda, y al ver aquel panorama decidió meterse de nuevo dentro. Algún vecino (nunca hemos sabido quién) dio el chivatazo de lo que había hecho mi bisabuela a la policía. Al poco rato aparecieron los policías nacionales en la vivienda familiar y registraron la casa, resquebrajaron colchones, revolvieron armarios, y en definitiva desvalijaron todo el piso. Al no haber encontrado nada que fuese objeto de delito, decidieron llevarse a mi tío-abuelo a la cárcel.


Mi tío-abuelo fue fusilado por los franquistas en 1943 por ser profesor y hablar euskara. Estuvo encarcelado durante más de un año y finalmente fue asesinado no por sus ideas políticas, sino por su condición de profesor y de euskaldun (vascoparlante). A los pocos meses mi bisabuela (su ama), natural de Etxarri-Aranatz (Nafarroa), cayó en una profunda depresión y murió, y mi bisabuelo, también falleció a los pocos meses a causa de la depresión que sufrió por la muerte de su esposa y de su hijo.



Hoy en día, la derecha española afirma que recuperar hechos como el que denuncia este relato supone remover la historia y el pasado.